

Ahora creo que la iglesia de Ronchamp, dedicada a la Virgen María, no es un edificio, y difícilmente podría ser arquitectura. Ronchamp es un cuerpo vivo, un cuerpo vuelto del revés. El interior de Ronchamp es el cuerpo, la vida, y el sufrimiento de la Virgen María.
El Sol i la iglesia, o Dios i la Virgen serán el vínculo sagrado del que nacerá Jesús. En la escenografía que despliega Le Corbusier Jesús surge entre la interacción del sol y la iglesia. La luz que penetra en el edificio representará al hijo de Dios.

En la misma fachada este se sitúa, en una ventana, la figura de la Virgen. Ésta queda iluminada a contraluz por los primeros rayos de sol del día. Arrojando una figura de luz que se desplaza con el ritmo del sol dentro de la oscuridad de la Iglesia; otra vez, la figura se evoca mediante luz y no tanto mediante su símbolo cristiano.

Éste ambiente policromado y de luz danzante recuerda a las vidrieras emplomadas de las antiguas catedrales, llenas de pasajes y milagros de Jesús, éstos pasajes ahora danzan destilados de simbolismom mediante un caleidoscopio de luz y color, por la oscuridad de la iglesia. La pared Sur simboliza la plenitud en la vida de Jesús.

Cuando el sol avanza hacia el oeste, la iglesia se transforma llegando al ocaso. En la fachada oeste no hay ninguna apertura, sólo un lucernario, gemelo al oriental. Mientras la Iglesia se inunda de oscuridad el lucernario emana una luz cálida que los muros de la iglesia, Como los brazos de María en la Pietá de Miguel Ángel, acunan y acogen hasta que se extingue, al mismo tiempo que el sol cruza el horizonte.

Al final la iglesia queda inmersa en la oscuridad. La gracilidad de la luz desaparece, la luz de la luna toma el relevo. Ahora sin sus actores la iglesia se vuelve pesada, terrenal, una ruina en el claro del bosque. Quizás ahora si que podamos hablar de arquitectura justo antes de que el sol vuelva a despuntar en el alba.